martes, 8 de julio de 2008

ELBRUS techo de Europa, 5.642 metros


(extraído del capítulo de cumbre, de "Mi Elbrus", escrito por mí entre 2008 y 2009).
.......todo el mundo en el barracón comenzó a agitarse y a vestirse mientras un cosquilleo me recorría todo el cuerpo. –Hoy era el gran día- pensé, mientras me vestía. Escuché decir a Alberto que había dejado de nevar hacía poco tiempo ya que había salido a mear una hora antes y aún nevaba. Con rapidez militar nos vestimos todos y preparamos la mochila a una velocidad de vértigo. Nos dirigimos al barracón cocina y desayunamos la papilla pastosa con pasas y demás frutos secos que hacían las cocineras, que a estas horas dormían y que estuve a punto de vomitar más bien por los nervios que por la propia pasta, el resto del desayuno eran sencillamente las sobras del día anterior, quizás algo escaso en un día tan importante como hoy. Tras el desayuno fuimos al barracón, cada uno a su ritmo en su gore metido, con sus pensamientos, preparando su mochila de ataque. Tras terminar de realizar la mochila y vestirme de gala para la ocasión, salí de nuestra barraca y esperé en el exterior con alguno de mis compañeros, la nieve no estaba para crampones pero Irina nos obligó a ponérnoslos desde un inicio, cosa que no debíamos de discutir a estas horas de la madrugada. Nos los colocamos en las botas y observamos como alguno de los Barrels también tenía las luces dadas, señal de que para más gente iba a ser el día elegido de cumbre. Tras esperar algunos minutos a los más tardones y pasar algo de frío, mientras el termómetro marcaba -8ºC, iniciamos la marcha en fila india, como casi nunca habíamos hecho y bien juntitos cosa que tampoco solíamos realizar.
Cogimos el ritmo pronto, la oscuridad era total y tan solo la imagen de la mochila del compañero de delante era lo que podíamos ver, mientras ganábamos los primeros metros al Elbrus. Ascendíamos por las rodadas de los retraks, por la misma zona por donde habíamos caminado los dos días anteriores, concentrados y siguiendo los pasos de Irina y nuestra otra guía joven que cerraba el grupo. Al no tener vistas del paisaje, la mente se centraba en caminar respirando bien profundo y en coger un ritmo adecuado para llegar a la meta, así un silencio solamente interrumpido por el crujir de los crampones en la nieve dura, era lo que presidía el ambiente. Yo llené el camel bag, pensé que se me iba a congelar, pero durante los primeros metros de desnivel este no se heló y podía ir bebiendo agua, que iba a ser un factor importante para esta paliza. De esta manera y con un ritmo continuo, pudimos ver en la lejanía las luces del refugio Priut 11, de allí había salido un grupo al que veíamos bastante más lejos y que también iban a intentar la cumbre, ahora si nos confiamos de que iba a ser un día perfecto para el ascenso y deseábamos caminar para seguir ganando altura. Un poco antes de llegar al refugio y cuando llevábamos una hora de paso, realizamos una parada para hidratarnos y para comer algo, tan sólo fueron unos 5 minutos pero nos sirvieron para relajar durante unos minutos músculos, lo suficiente para continuar mejor y deseando que estas paradas fueran periódicamente continuas y no como los días anteriores en los que parecía que Irina llevaba un rebaño de ovejas. Reanudamos la marcha, dejando el Refugio Priut 11 a la izquierda, allí también las luces estaban encendidas, señal de que no íbamos a caminar solos esa noche, esa mañana y ese día. Cogimos de nuevo el ritmo y mentalmente a cada paso que dábamos veíamos más cerca la cumbre. Yo personalmente me encontraba bien, no tenía mucho frío, llevaba aún ropa de abrigo en la mochila e incluso me tenía que abrir la chaqueta para perder calor durante la marcha., todo esto, se iba pareciendo cada vez más a una ascensión invernal en pirineos, en donde podíamos controlar todos los factores., Sobre todo los dos que me tenían más preocupado desde hacía tiempo y que eran nuevos para mí: el frío y la altura. Factores que por ahora superaba con holgura.
Continuamos la marcha y tras unos minutos más desde la parada, sobre los 4.200 metros, uno de mis compañeros nos alertó que un vehículo a motor venía por detrás. Veíamos como uno de los famosos retrak se iba acercando, preparando las cámaras de fotos, a la vez que las palabras que les íbamos a “regalar”. El sonido y la luminosidad crecían progresivamente hasta que como si de un momento espectacular se tratase, dicho vehículo pasó por nuestro lado cargadito de “montañeros”, que para subir de esa manera habían madrugado en exceso. Lo habíamos escuchado, leído e incluso visto en la tele, pero había que estar allí para sentirlo y ver como los pseudomontañeros agachaban la cabeza al paso de la máquina junto a nosotros. Tras unos diez minutos más, un nuevo retrak se acercaba a nosotros, este si lo íbamos a ver de cerca, ya que caminábamos junto a la pista central, no como el anterior que lo habíamos visto a 40 metros. Dicho vehículo llegó, pudiendo inmortalizar el momento con las cámaras y soltando todo tipo de improperios por la boca, para fomentar un poco la limpieza de las montañas del mundo. Cosas como: ¡friquis!, ¡free Elbrus! O ¡Elbrus sin retrak!, fueron algunas de las palabras que intentamos que escucharan los viajeros de la máquina. Tras el ajetreo de retraks, por fin la cosa se tranquilizó un poco, nos habíamos introducido entre los dos espolones de roca y nuevamente cogimos el ritmo de ascenso adecuado, mientras nuestras guías nos abroncaban por perder fuerzas por la boca, ya que no íbamos en silencio como ellas esperaban y hablábamos entre nosotros como suele ser habitual en los Pirineos.
Habíamos superado los 4.300 metros, y la claridad comenzaba a aparecer por el horizonte hacia el Este, tomando el cielo un tono azulado claro impresionante. Ahora sí nos íbamos haciendo la idea del lugar en donde estábamos, comenzando a tomar referencias visuales de otras montañas. Hacia arriba, sobre las Rocas Pastukhova, y unos 200 metros de desnivel por encima, podíamos ver un montón de personas que los retrak habían dejado y que no comenzaban a caminar extrañamente, pensé que quizás se estuvieran preparando las mochilas y abrigándose. Lentamente nos acercábamos a toda aquella marabunta, mientras el azulado de la mañana ya era total y hacia abajo podíamos ver todo un mar de nubes del que sobresalían sólo las montañas principales del Cáucaso. Apagamos los frontales, ya que la luz natural nos era suficiente y continuamos hasta los 4.500 metros, donde realizamos una nueva y breve parada para comer una barrita y echar un trago de agua. Proseguimos siguiendo las banderitas rojas, que balizaban la carrera rusa y por supuesto a nuestra guía Irina. Realizamos un pequeño giro a la izquierda para evitar las primeras Rocas Pastukhova y llegamos a los primeros alpinistas que había dejado la máquina con cadenas. Los adelantamos fácilmente ya que llevaban un ritmo de tortuga y continuamos hacia la parte superior de “las rocas”. El sol radiaba un poco más y los tonos rosados comenzaban a aparecer en los horizontes, mientras las nubes de algodón que poblaban los valles ascendían un poco, creando incluso en las lejanías, torres gigantescas parecidas a las de evolución de nuestros Pirineos. Paramos nuevamente 5 minutos en las Rocas Pastukhova, esta vez sí nos sentamos sobre la nieve y disfrutamos durante un par de minutos del amanecer. No podíamos parar más tiempo, el frío era intenso y con una temperatura de -7ºC no podíamos permanecer quietos. De nuevo reanudamos la marcha, caminando lentamente y tomando como meta la siguiente banderita roja del itinerario, mientras por delante caminaba otro grupillo bastante junto, que también habían ascendido hasta allí por medios mecánicos y al que nos acercábamos con rapidez. Hacia la izquierda íbamos observando las primeras grietas de los glaciares y un poco más arriba, podíamos ver que algún que otro grupo ya comenzaban a trazar la diagonal a izquierdas rumbo al collado. Era una buena referencia dicho cambio de rumbo, y mentalmente fue mi siguiente objetivo a realizar., aparte, estaba llegando a mi propio techo, situado en el día anterior a 4.875 metros y hasta el que nos faltaban pocos metros para llegar. Me encontraba bien y además la meteorología que siempre es uno de los fantasmas de toda expedición no nos iba a impedir llegar a cumbre, con lo que nos quitamos un peso de encima bastante grande, dependiendo tan solo de nuestro estado físico para llegar al objetivo tan ansiado, que era la cumbre. El sol comenzaba a calentar y un poco de crema no nos vino mal para proteger la piel. Caminábamos a buen ritmo siguiendo a la locomotora Irina, que aunque fuera en línea recta la tratábamos de seguir trazando nuestras propias zetas. Un grupo, otro, algunos desperdigados, todo el mundo parecía ir más lento que nosotros., de ésta manera nos plantamos casi en las rocas de la ladera Sur de la cumbre Este del Elbrus y a escasos metros para llegar a los 5.000, barrera psicológica hasta la que habíamos llegado estupendamente. Pero a partir de éste punto todo iba a cambiar. Cuando pensábamos que ya estaba casi hecho con 500 metros de desnivel a cumbre, algo más de una hora en cualquier montaña española, nos quedaba lo peor; la cosa comenzó a tomar un cariz diferente, la ligereza y rapidez con la que habíamos ascendido se iba a tornar a un duro, pesado y lento camino. Adelantamos al grupo internacional, del que formaban parte los dos hispanos, a los que saludamos deseando suerte y que ya habían iniciado como nosotros el giro a izquierdas, por la falda hacia el Collado del Elbrus. La ancha pala cambió de formato, ahora caminábamos por un estrecho sendero de pisadas, balizado con banderitas rojas, con pendiente a izquierdas e inclinación constante que no cesaba de cargar los tobillos, además la nieve estaba muy dura, lo que nos hacía tener que clavar bien los crampones para poder progresar, siempre alertados por una decena de grietas que esperaban con la boca abierta, ladera abajo como hambrientos tiburones. Realmente nunca pude coger un ritmo continuo en este tramo, me salía de la senda de hielo, caminaba de diferentes formas: con los pies paralelos, de lado, hacia arriba, pequeñas zetas, etc. Y no era capaz de controlar mi respiración para caminar de continuo sin tener que parar para coger oxígeno. Dicho tramo nos fue asfixiando lentamente, y no solo a mí; Jacobo fue perdiendo el contacto con nuestro grupo sobre los 5.100 metros, acompañado por la segunda guía (por lo menos estaba bien acompañado). Yo me iba descolgando de Irina haciendo la goma con Juankar y detrás de mí, Alberto sufría los mismos síntomas que yo. Tan solo Miriam, que no había levantado la cabeza en todo el ascenso, no se separaba de Irina ni un solo metro. Dichas consecuencias no solo ocurrían en nuestro grupo, algunos que otros montañeros yacían sentados en la nieve, y nos miraban con no muy buena cara al pasar. Eran las palas más duras, y con una inclinación elevada, en las que Irina no realizó ninguna parada y a duras penas pudimos seguir.
La cumbre Este, la principal del Elbrus, comenzaba a aparecer iluminada por el sol en el horizonte, por fin podíamos ver el objetivo, pero este tramo nos estaba castigando mucho. La presión en la cabeza me había aparecido algunos metros más abajo sin tomarla mucho en cuenta, pero ahora el aire lo comenzaba a notar muy denso, no podía llenar los pulmones a tope, y gran parte de este oxígeno que respiraba me era inútil e inválido para reducir las pulsaciones., pulsaciones que ascendían rápidamente al caminar lento, a pesar que de piernas me notaba fuerte. Indudablemente esto ocurría por la altitud, estábamos a una altura que no conocíamos e inexplicablemente tras llevar más de diez días en el Cáucaso no habíamos aclimatado bien como nos imaginábamos. Lo que no imaginaba eran los síntomas que estaba sufriendo; que en algún momento se agravaron, sintiendo alguna que otra nausea y un desequilibrio constante en el tramo final antes de llegar al collado, similar a una borrachera. A pesar de los síntomas, continuamos cada uno al ritmo que pudimos; yo junto a Alberto, nos habíamos quedado algo rezagados de Juankar que caminaba unos 20 metros por delante, a su vez rezagado de Irina y Miriam. Entramos en la zona de umbría, sombra producida por el Elbrus Este y que se alargaba hasta el collado, nuestro siguiente objetivo. La temperatura descendió algún grado que otro, llegando a tocar la mínima del día (-10ºC), y donde Juankar se vio limitado con sus botas de cuero, pero finalmente como un caracol continuó en busca del sol del collado. El desnivel fue benévolo con nosotros y cuando más lo necesitábamos, el sendero dejó de ganar altura bruscamente para continuar haciéndolo de forma leve y dirigirnos hacia un collado medio soleado del que no estábamos muy lejos. Parece que pudimos respirar un poco, y por fin tras más de una hora de marcha irregular, pude coger un ritmo lento y continuo al que agarrarme y que fue el que me hizo llegar al Collado del Elbrus, en donde había ya descansando en el suelo unas 10 personas. El duro suelo junto al sol, me supo como el mejor de los sillones., nos sentamos a descansar, comer y beber, además de coger un poco de oxígeno en los pulmones, en reposo. Cuando el oxígeno nos llegó a la cabeza y pudimos reflexionar un poco, hablamos sobre la dureza del último tramo, en donde todos coincidimos. Tras realizar los deberes a esa altura, que no son otros que beber y comer, tratamos de relajarnos un poco y descansar esperando la llegada de Jacobo, que había tardado en aparecer por la ladera del Elbrus Este, y que venía animado por la guía suplente, que caminaba de espaldas a nosotros y de cara a Jacobo. Poco a poco se fue aproximando, hasta que una media hora más tarde llegó al collado totalmente asfixiado. Llegó a nosotros y agachó la cabeza tratando de descansar, antes de sentarse en el suelo y comenzar a beber.
Nosotros a pesar de estar sentados en la parte iluminada por el sol, nos estábamos quedando fríos, por lo que en unos minutos más y cuando unos ucranianos acababan de descender de la cumbre con su bandera azul y amarilla, decidimos iniciar la marcha hacia cumbre. El siguiente tramo era bastante empinado y recorría la ladera del Elbrus Oeste de izquierda a derecha, ascendiendo hasta llegar a perder de vista la huella y suponiendo que no nos dejaría muy lejos de la cumbre. Arrancamos todos en fila india, dejando a Jacobo coger más aire en el collado e intercambiando la guía., Ahora nosotros nos quedamos con la joven e Irina con Jacobo. Tras los primeros metros, las sensaciones malas que había tenido antes de llegar al collado habían desaparecido, podía seguir un ritmo lento pero continuo, al igual que mis compañeros, con los que fui ascendiendo en grupo, guiados por la joven guía. Poco a poco y tras ganar algunos metros de altitud por la ladera, fuimos dirigiéndonos hacia la derecha de la pala, (itinerario marcado con banderitas, también), donde de nuevo costaba coger oxígeno, pero no tanto como alguna hora atrás, habíamos pasado a dos hombres que literalmente iban muertos, y que en lo que nosotros habíamos tardado 30 minutos, ellos llevaban empleada más de una hora, con continuas paradas en las que incluso se tiraban al suelo boca abajo agarrados al piolet para descansar. Piolet, que nosotros también estábamos utilizando para asegurarnos en caso de una caída, por la ladera de unos 40º de desnivel que nos depositaría nuevamente en el collado, pero tras rodar 100 metros abajo. Todos nos habíamos recuperado de nuestras malas sensaciones, sobre todo Alberto, que iba dando ánimos, hablando y hacía casi más fotos que en todo el recorrido anterior., así con ritmo lento superamos la diagonal, para salir a una zona más llana, desde donde divisamos la propia cumbre. Tras verla el corazón me dio un vuelco, a pesar de estar a pocos metros de ella realizamos una nueva parada, para descansar unos minutos y ansiarla más si aún cabe. Tan sólo quedaban 100 metros para tocar el cielo, y tras 10 minutos de pausa partimos hacia arriba, el desnivel había descendido bruscamente, caminábamos por una pala de unos 20º y en línea hacia ese resalte que formaba la cima. Ahora nos estiramos un poco, tomando cada uno su ritmo y siguiendo a la joven guía que caminaba por delante. Tras cruzar el pequeño llano, llegamos a la última rampa, casi la más empinada de toda la jornada, pero ya no existía ningún impedimento para llegar a cumbre, con o sin oxígeno, cansancio, ni ningún que otro condicionante. Había llegado a ese punto donde confluían todas mis fuerzas de muchos meses atrás y tras unos últimos metros alucinantes de subidón, increíbles por todo el sacrificio dejado atrás, llegué. Allí estaban Alberto y Miriam, que habían subido metros por delante y que me decía: -toca, toca-. Me dirigí a dicho punto a tocar la roca que simboliza el punto más alto de Europa y me di la vuelta para ver como llegaba Juankar tras de mí. Bromeé, poniendo nombre a la roca y también me di cuenta que no podía vocalizar muy bien, debido al frío y al esfuerzo realizado. No corría viento y unos -8ºC, era la temperatura que hacía, no muy fría para la altura y la mala reputación de dicha cumbre.
Comenzamos a hacernos fotos, con la camiseta, con la bandera, sin ella, y así decenas de fotos de unos a los otros, y viceversa. Comenzó a llegar gente a la cumbre al mismo tiempo que Alberto y Miriam decidían comenzar a descender.
Para dejar al resto de personas su momento de gloria y que se hicieran la foto, yo me separé algunos metros de la cumbre, para descansar mi intención fue sentarme en la nieve pero cuando toqué con el culo en ella, me tumbé totalmente sobre el piso blanco para sentir el terreno y para echar todas las tensiones acumuladas durante mucho tiempo. Al poco me senté de nuevo y comencé a mirar hacia el horizonte de nubes, situadas sobre una arista nevada que portaba grietas por su ladera, un paisaje totalmente idílico y de forma líquida comencé a expulsar dichas
tensiones, llorando como un niño..........

extracto del montaje creado para la Semana de la Montaña de Parla,, sube el volumen.

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